Entrevista a Andrés Sampedro Tébar, autor de “Pilato, el Prefecto de Judea”.

Andrés Sampedro se sumergió hace cinco años en una tarea apasionante: escribir una novela histórica sobre Lucio Poncio Pilato, Prefecto de Judea y uno de los nombres más enigmáticos y, a su vez, importantes, de la antigüedad. Un laborioso proceso de documentación se transformó en una obra de más de 1200 páginas en la que recorreremos los tiempos del protagonista. Aprenderemos, y comprenderemos, más sobre su vida, su carrera y sus pasiones, y podremos arrojar algo de luz sobre un personaje olvidado por muchos, pero vital para entender un momento clave de la historia.

Hemos podido charlar con el joven escritor sobre su obra, su experiencia y sus planes de futuro.

Buenos días Andrés, en primer lugar, ¿cómo surge la idea de escribir una novela histórica y, concretamente, una sobre la vida de Lucio Poncio Pilato?

Desde siempre he sentido una gran predilección por la Historia, especialmente la clásica, y la narrativa histórica es uno de mis géneros favorito, o al menos al que más tiempo dedico. Son muchas las novelas de autores actualmente consagrados que han supuesto un punto de inflexión en mi vida; que me han marcado, tanto en lo personal como en lo profesional (o mejor dicho, en lo académico). Pero todavía más son los personajes históricos que he podido descubrir y conocer a través de la prosa, en ocasiones incluso desde perspectivas totalmente contrapuestas.

A mi entender, una novela histórica, documentada con un cierto y cuidado rigor pero sin perder nunca de vista la perspectiva puramente literaria, es lo más parecido que tenemos en nuestros días a una máquina del tiempo, capaz de hacernos trascender las inamovibles barreras del tiempo para evadirnos de una realidad que, muchísimas veces (más incluso de lo que desearíamos), se torna grisácea y abúlica. Puede que el deseo de evasión haya sido el detonante, o puede que lo haya sido mi percepción de la literatura como un refugio en el que cobijarse para fundirse con la mágica urdimbre del libro; para alcanzar otros lugares y épocas. No lo sé. Pero lo que sí es totalmente seguro es que toda esta amalgama miscelánea de emociones, en muchísimos casos inefables, ha supuesto una excelente tierra de cultivo para el florecimiento de “Pilato, el prefecto de Judea”.

En cuanto al personaje, lo cierto es que lo he meditado muchísimas veces, y todavía hoy, después de poder palpar y admirar unas páginas que hacía menos de un año todavía se hallaban al otro lado de una pantalla, no he encontrado una respuesta lo suficientemente clara. Adoro la Historia de Roma, y he dedicado, dedico y dedicaré muchísimas horas a la lectura de libros relacionados con esa temática. Si iba a escribir una novela histórica tenía que estar ambientada en Roma. Pero, ¿qué personaje o personajes serían los protagonistas? Hay muchísimos, y todos con una vida apasionante en contextos verdaderamente atrayentes. Sin embargo, en las novelas históricas de la Antigua Roma casi siempre se novelan los mismos períodos (algunas obras mejor narradas que otra, claro está). Y, por otro lado, hay determinados autores cuyas obras me han marcado tanto que soy incapaz de utilizar personajes que perviven en mi mente con vida propia. Luego la eterna pregunta volvía a rondar, incansable: ¿Qué personaje? ¿Qué protagonista? ¿Uno real o ficticio? ¿Qué momento de la casi inabarcable Historia de Roma?

Y un nombre resonó con fuerza: Pilato. Nada menos que el romano cuya decisión cambió la Historia de la Humanidad, dando lugar a una de las tres grandes religiones monoteístas de la actualidad: el Cristianismo. ¿Por qué no? No obstante, esa idea inicial, casi un esbozo en un pequeño cuaderno de notas, comenzó a cobrar fuerza cuando descubrí las poquísimas novelas históricas en las que aparece Pilato. Pero todavía más cuando descubrí que ninguna de ellas trataba exclusivamente a Pilato como tal: un gobernador romano al mando de una de las provincias más levantiscas del Oriente romano. Había leído algunas (también los Evangelios), y en todas aparecía como un personaje secundario y plano, a menudo como un neófito. ¿Pero cómo era realmente Pilato, el hombre que juzgó y condenó a Yeshúa de Nazaret? O mejor aún: ¿Quién era Pilato? ¿Cómo alcanzó el rango de «prefecto» de Judea? ¿Cómo fueron sus diez años al mando de Judea? Muchísimas preguntas que resolver.

Así comenzó la gran aventura…

Pilato Andrés Sampedro

El proceso de escritura de una novela histórica es muy complejo. ¿Cómo fue el período de documentación? ¿Qué fuentes utilizaste?

Antes de nada he de confesar que disfruté muchísimo con el trabajo de investigación y documentación, y a pesar de que Pilato es ya una realidad tangible, aun hoy continúo descubriendo cosas que me dejan asombrado y maravillado. Creo que en eso consiste la labor del eterno investigador: en no perder nunca la inocencia de seguir descubriendo y redescubriendo, aun cuando la certeza no hace sino crear mayor incertidumbre.

Mentiría si dijera que la labor de documentación fue fácil, pues verdaderamente la totalidad del tiempo que dediqué a la novela la pasaba inclinado sobre libros y monografías, subrayando, contrastando y apuntando datos, o frente a la pantalla del ordenador, buscando incesantemente. Pero también mentiría si dijera que fue una labor tediosa y aburrida. ¡En absoluto! Cuanto más buscaba, más preguntas me hacía y más me alentaba seguir buscando. Actualmente, y por fortuna, toda persona tiene a su alcance unos medios que posibilitan una buena labor de investigación. Y, además, al ser uno mismo quien se propone investigar, sin presiones externas, la libertad personal que posee para elegir, buscar o aprender es enorme. En ocasiones pasaba semanas leyendo libros sin escribir nada; simplemente leyendo. Era tal la inmersión en un determinado tema que me resultaba imposible dejar de leer.

Ahora bien, esa gran libertad de la que disponía para investigar se encontraba en gran medida limitada por mis propias circunstancias. Ya lo decía Ortega y Gasset: «yo soy yo y mi circunstancia». He dedicado un grandísimo tiempo a la labor de documentación, sí; pero no soy ningún doctor especializado en la materia (¡ya me gustaría!). He llegado hasta donde he podido, o mejor dicho, hasta donde me han permitido llegar mis circunstancias. Y he hecho lo mejor que he podido, o al menos lo he intentado, con lo que he tenido a mi disposición. Por supuesto me hubiera encantado viajar a Israel, Roma o visitar muchísimos de los lugares que aparecen en la novela; me hubiese gustado muchísimo entrevistar o preguntar directamente a los autores de los libros que he leído; hubiera sido fantástico indagar personalmente en yacimientos arqueológicos o contar con la ayuda de doctores y especialistas en paleografía, filología hebraica y clásica o Historia Antigua. Pero como digo, eso escapaba totalmente a mis posibilidades.

Por lo que respecta las fuentes, y trayendo a colación el asunto de la amplia libertad de investigación, surgió un problema nada baladí: ¿Por dónde empezar? Son tantísimos los recursos que las fuentes y la documentación pueden resultar, y de hecho lo son, inabarcables. Yo había leído algunos libros, y dado mi apego a la Historia Romana tenía un bagaje que me permitía deslizarme inicialmente en la labor narrativa. No empezaba de cero, bien; pero no era suficiente. Así que comencé a buscar monografías en un intento de racionalizar la labor de investigación y de llevarla a cabo de un modo inductivo. A partir de varios libros (que como digo, nunca son suficientes) comencé a imbuirme en un mundo apasionante y absolutamente desconocido para mí, fascinante en gran medida. ¡Sólo eran la punta de un iceberg enorme! Y desde esas monografías o libros de divulgación comencé a descender a las fuentes segundarias o primarias, sin dejar en ningún momento de hacerme constantes preguntas y siempre con el respeto debido. Cuando creía encontrar la respuesta para una, surgían tres. Y cuando encontraba una solución para esas, aparecían otras. ¡Realmente era emocionante!

Sin embargo, con Pilato pasaba algo realmente curioso: no había suficientes fuentes. Lucio Poncio Pilato, como prefecto de la provincia romana de Judea, no tuvo tanta importancia como sí tuvieron algunos de sus contemporáneos. No es raro: Pilato no fue emperador como Tiberio, ni prefecto del pretorio como Sejano, ni tuvo un papel relevante que mereciese un lugar aparte en la Historia de la Ciudad Eterna; sólo era el gobernador de una pequeñísima y díscola provincia de Oriente recientemente incorporada. De las fuentes romanas, únicamente Tácito le dedica una mención superficial cuando, al tratar el incendio de Roma en época de Nerón, afirma que los causantes pertenecen a una secta que siguen a un tal Cristo, ejecutado por Pilato en tiempos de Tiberio.

¿Pero qué decían las fuentes no romanas? Aquí empieza el núcleo del asunto. Pilato es mencionado en los Cuatro Evangelios, y no digamos en los evangelios gnósticos y apócrifos. Pero las fuentes cristianas no eran las únicas que lo mencionan; fuentes judías también lo hacen, especialmente Flavio Josefo (de finales del s. I d. C) y Filón de Alejandría, que además era coetáneo suyo. ¿Y qué dicen Flavio Josefo y Filón de Alejandría de Pilato? Ambos nos dan una visión de cómo fueron sus diez años al frente de la provincia de Judea (Filón sólo nos cuenta un episodio; Flavio Josefo, tres). Y esa visión de quien fue el quinto gobernador romano de Judea, ¿coincide con la visión de los Evangelios? No, en absoluto. Verdaderamente hay que decir que incluso es una visión diametralmente opuesta. Pero, además, y siempre desde el respeto que merecen unos textos tan importantes, descubrí que incluso entre los propios Evangelios hay contradicciones. Entonces, ¿qué tenemos? Un auténtico tesoro.

Pero no me proponía hacer una novela de los diez años de gobierno de Pilato en Judea; quería hacer una novela de Lucio Poncio Pilato. ¿Quién era? ¿Qué época o contexto le tocó vivir? ¿Cómo y por qué fue designado gobernador romano de Judea? ¿Cómo fue su gobierno? Me proponía novelar un período de la Historia de Roma, que no estuviera en absoluto focalizada exclusivamente en Judea o en Roma. No iba a ser una novela religiosa que parafraseara los Evangelios ni las fuentes. Iba a ser una novela histórica. Y es aquí donde entran en escena fuentes como Tácito, Livio, Suetonio, Veleyo Patérculo o Dión Casio entre otros. Me proponía novelar la vida en los primeros decenios del Imperio Romano, en un período de relativa “Pax Romana”. ¿Cómo era la vida en el Imperio de Augusto y Tiberio? ¿Qué problemas tuvo que afrontar Roma? ¿Cómo pudo desarrollarse la vida del ciudadano romano que acabaría juzgando y condenando a un rabí de Galilea llamado Yeshúa?

Emocionante, ¿verdad?

Por otro lado, es fundamental darle una carga narrativa y de ficción a la obra. ¿Cómo uniste ambas cosas: realidad/historia y ficción?

He leído novelas en las que la ficción, o más bien la comercialidad, predomina sobre la realidad histórica hasta el punto de resultar la trama auténticamente previsible y fantástica, casi como una obra de ciencia ficción. De igual forma confieso que he leído novelas donde el rigor histórico es tan cuidado y la ficción tan desterrada o reducida que más que novelas parecen monografías o libros de divulgación, pesados y, en la mayoría de los casos, soporíferos.

La novela histórica, por su mera definición y sustanciación, ha de estar en mayor o menor medida documentada. En realidad, cualquier novela requiere una mínima documentación. ¿Acaso los autores de novelas policíacas no se documentan? Supongo que sí. Pero no hay que olvidar que la novela histórica, o de cualquier otro tipo, es ante todo narrativa, y no monografía o libro de divulgación. El equilibrio entre la carga histórica y la ficción es esencial en este punto. Cuanto más documentada esté, mucho más enriquecedora será; pero el lector no solo quiere aprender, sino también vivir emociones, viajar en el tiempo. ¿De qué sirve saturar al lector con datos, fechas y hechos inanimados que olvidará fácilmente? El componente ficticio dota de “alma” a la novela. Conviene recordar que el autor es el Creador de su Obra, casi como un Ser Divino con potestad sobre sus personajes, si bien éstos últimos pueden llegar a cobrar vida propia hasta ser dueños de sus propios destinos.

En el caso de la novela histórica convergen dos facetas del autor: la de investigador y la de escritor. El autor investiga la Historia cual un historiador, siempre con ojo avizor y crítico. Mas hay momentos en los que la Historia no nos ha legado más que lagunas borrosas donde la oscuridad de los tiempos se extiende cual un manto azabache, o donde las fuentes se contradicen la una a la otra. Es en estos momentos donde el investigador deja paso al autor, para que colme con su imaginación aquellas lagunas.

No todos los personajes que aparecen en Pilato son históricos, eso es obvio. La Historia recuerda a los reyes y a los grandes hombres, pero la Humanidad es muy amplia. ¿Qué hay de los millones de personas que pululaban por el Imperio en el s. I d. C? ¿De todos aquellos hombres, mujeres y niños que hicieron posible el desarrollo de la Historia? ¿De todos aquellos “olvidados” o anónimos? Como digo, el factor ficticio es esencial, pues no en vano dota de flexibilidad y agilidad a la novela, tornándola amena y atrayente. Si tomamos como ejemplo a Pilato, el asunto parece aclararse un poco: sabemos que fue gobernador de Judea desde el 26 d. C hasta el 36 d. C. Pero, ¿quién era realmente? ¿Qué hizo antes y durante su mandato? No lo sabemos, y puede que nunca lo sepamos. Pero sí sabemos, o al menos oteamos el contexto que le tocó vivir. A partir de unos pocos datos contrastados, es trabajo de la imaginación dar forma a un mundo que serán contenidos en las páginas; un mundo que será visitado por lectores deseosos de conocer a los personajes e identificarse con ellos. Y para poder trasladar al lector al mundo de la novela, antes debe ser visitado por el propio autor.

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¿Cómo ha sido la experiencia de publicar este libro?

Cuando puse punto y final a Pilato, al cabo de casi cinco años de trabajo y muchísimo esfuerzo personal (no siempre fácil) se abrió ante mí un auténtico abismo. No había publicado antes, y desconocía por completo los entresijos del mundo editorial español. Lo que sí tenía claro es que, si iba a publicar mi obra, quería que fuese tratada con el mismo respeto que yo le he dedicado.

Muy pronto, más incluso de lo que imaginaba, descubrí que Pilato suscitaba una cierta “curiosidad” entre algunas editoriales. ¿Acaso no resultaba fantástico que el mundo editorial se interesara por mi primera novela? Quizá me precipité demasiado, o puede que simplemente me dejara encandilar por mi inexperiencia, pero no tardé en padecer una nefasta experiencia. Llegué a pensar que todo un trabajo que me había llevado casi cinco años se desvanecía ante mí sin que yo pudiera hacer nada…

Y entonces descubrí Donbuk.

¿Y cómo se desarrollo esa publicación con Donbuk Editorial?

Lo único en lo que pensaba antes de descubrir Donbuk era en salvar mi obra. No había sido tratada como debería, y aunque mucha gente me decía lo contrario, solía preguntarme si realmente debería ser salvada. Frente a este sentimiento derrotista, fruto más del cansancio que de otra cosa, a veces solía reprenderme a mí mismo. ¿No era mi trabajo? ¿No era mi novela? Pues quería luchar por ella.

Cuando Donbuk se ofreció a hacerse cargo de Pilato empecé a experimentar todo aquello que no había sentido meses antes: por primera vez, me sentía “escritor”. Con un trato exquisito y profesional atendían mis ruegos y escuchaban mis sugerencias. Era consciente de que publicar un trabajo como Pilato, sumamente voluminoso, no sería fácil. Pero lo conseguimos.

Recuerdo que cuando tuve entre mis manos el primer ejemplar me quedé sin palabras. No sólo estaba palpando un libro, sino más bien un sueño. Y todos los personajes que me habían acompañado durante años podrían seguir viviendo en las páginas gracias a Donbuk. Las felicitaciones por la calidad del libro se sucedían sin cesar. Después de intensos meses de incertidumbre, Pilato podría llegar finalmente a los lectores. Y lo haría de la forma que merece.

Para mí ha sido un verdadero orgullo publicar con Donbuk. Y confío en seguir haciéndolo.

Háblanos de tus planes de futuro. ¿Qué tienes planeado en el terreno literario?

El futuro siempre es incierto, brumoso e ignoto; en cierto modo, mágico. Como ya dijo Machado, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. No puedo dejar de agradecerles a todas esas personas que han confiado en mí el ánimo recibido. Me ha encantado escribir Pilato; lo he disfrutado muchísimo. Y no me cabe duda de que, pasé lo que pase, ocupará un lugar muy especial para mí aun cuando transcurran los años. Desconozco si tal sentimiento se debe a que ha sido mi primera novela publicada o al enorme y gratificante trabajo que le he dedicado. No lo sé. Como tampoco sé de qué forma lo juzgarán los lectores. Lo único que puedo afirmar es que estoy deseoso de poder sumergirme en otro proyecto, de conocer más, de investigar, de aprender… De volver a escribir con la misma pasión y entusiasmo que le he dedicado a Pilato.

Considero que la narrativa histórica es mi género, y que mis próximos proyectos estarán orientados a ella. Hay muchísimos proyectos que se pueden tratar, y a decir verdad me enorgullece poder afirmar que hay un sendero que comienza a perfilarse, aún muy lentamente, en el misterioso horizonte. A la pregunta de si tengo algo en mente, creo que debo responder que sí, pues hay cierto esbozo que empieza a cobrar forma. ¿De qué modo me sorprenderá la caprichosa Fortuna? Eso es algo que ni yo mismo me atrevo a responder y que sólo el tiempo, el más poderoso de los maestros, desvelará.

¿Pero acaso no todas las historias comienzan con cierta incertidumbre?